miércoles, 11 de octubre de 2006

Varias I

Del capítulo 41 de Rayuela, del cual anuncio mi vigesimo octava relectura, y recomiendo:
" 'Esto es la realidad', pensó Oliveira, sujetando el tablón y mirando a la señora de negro. 'Esto que acepto a cada momento como la realidad y que no puede ser, no puede ser.' "

Y más tarde dice Oliveira: " Somos de una blandura insoportable, Manú. Consentimos a cada instante que la realidad se nos huya entre los dedos como una agüita cualquiera. La teníamos ahí, casi perfecta, como un arcoiris saltando del pulgar al meñique. Y el trabajo para conseguirla, el tiempo que se necesita, los méritos que hay que hacer... Zás, la radio anuncia que el general Pisotelli hizo declaraciones. Kaputt. Todo Kaputt. 'Por fin algo en serio', piensa la chica de los mandados, o ésta, o a lo mejor vos mismo. Y yo, porque no te vayas a imaginar que me creo infalible. ¿Qué sé yo dónde está la verdad? Solamente que me gustaba tanto ese arcoiris como un sapito entre los dedos."


Y un poema de un poeta contemporaneo, poeta si los hay:

Algunas veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita,
a esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.
Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañee el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella...,
al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.


Dos textos que a mi humilde entender vale la pela leer varias veces, son bastante geniales.

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