lunes, 18 de diciembre de 2006

Ostranenie

"Extrañamiento: sentimiento de ruptura experimentado por el sujeto amoroso, en el que el ser amado (o la Imagen de este) pasa a ser absolutamente desconocida e incognoscible -inentendible-"



1. X… me dice (me grita): "ya no te conozco, no sé quién sos". Caigo en la cuenta de que, como yo a él, X… me es igualmente ajeno. Yo, sujeto amoroso, no me encuentro porque ya no encuentro al ser amado; la Imagen -su imagen- se deforma en una nebulosa que lo convierte en un Otro (y ya no parte de mí) que no entiendo. Siento que desconozco a X…; el derecho a explorarlo, a ser el único en hacerlo, ya no me pertenece; su Imagen no me corresponde; no me pertenece. Es un Otro y soy otro: ser amado in absentia, extrañamiento puro.



2. Cuando X… me niega su amor, anula - me prohíbe en la ausencia- mi amor. La dualidad – la estructura - se quiebra; no se permite la existencia de la parte sin el todo, es el alejamiento: extrañamiento de los sentimientos.
Me entrego a la desesperación del movimiento, pues todo amor pretende la inmutabilidad, el éter; como sujeto amoroso no puedo concebir mi amor sin su respuesta: yo digo a X… que lo amo, X… no contesta - ¿Implicatura?-. Pero, puesto que aún soy sujeto amoroso, mi amor aún existe: debo gritar enfurecido “¡AMO!”. El grito me desborda, me ahoga: no es mi amor el que ha cambiado, es la Imagen, su valor coercitivamente desplazado: los sentimientos de X… me son inaccesibles, incluso insospechables; desconozco al Otro: ¡la relación se ha modificado! Caigo entonces en la contradicción del cambio y me reformulo como sujeto: mi amor ya no puede ser: entonces, ODIO.


(Me veo obligado a recurrir al Odio pues es prescindible aquello que se detesta: no se le exigen respuestas. En la repelencia busco la distancia y, entonces, el Olvido.)



3. El extrañamiento se expande sobre el sujeto amoroso, cubre la Imagen alcanzando también el discurso amoroso. Los valores se desplazan. Vaciamiento de los apodos -pseudónimos-, ruptura de la convención interna, dualidad: el nombre se eleva como abstracción, la generalidad se impone al momento cotidiano; lo que parecía unido de manera natural se manifiesta como arbitrario: extrañamiento en el lenguaje. Aquello que se presentaba enlazado a través de una referencialidad directa y dada, el nombre -pseudo nombre-, queda despojado de su significado. El extrañamiento no es ya del ser amado sino de su apodo, ahora vacuo. Detrás del dibujo de las letras el sujeto amoroso no ve más que el vacío que con seguridad no podrá volver a llenar.

Lanza, B. y Acuña E.M.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

La inconformidad que nos perturba (o Sexopático: primer movimiento)

Saltá cuando yo te diga que saltes. Esa es la respuesta que me dio. Mi pregunta era tanto más sencilla, si no me equivoco le dije "¿vamos a coger?". Y eso me contestó antes de irse. Claro, pensarán: muy sencillo, la parás en seco, agarrandola del hombrito, un poco tirandole del pelo oscuro que le cae sobre el brazo y, mirandola directamente a los ojos y con un tono casi cínico le decís: dejate de joder y hablá claro. Pero no. La estupidez que me caracteriza suele ser devastadoramente literaria. Mejor dejar que las palabras se encarguen ellas solas de tomar sentido, volar en alguna dirección desconocida.
La cosa es que no cogimos. Inexplicable. La noche venía de porros y tragos, de besos esquineros calentones. Es más, en algún momento - y lo recuerdo muy bien, siento la cosquillita - se atrevió a darme un beso en el cuello. Turra, olió que eso me gustaba. Sepan que si no acometí contra ella cual animal en celo - porque más que eso no fui- fue porque era un bar, luces medias, y mucha gente. Y en el fondo porque tenía la seguridad de que todo el asunto terminaba con ella arriba mío - probablemente aún con corpiño porque no iba a llegar a desabrocharselo - y yo siendo un privilegiado concurrente a un espectaculo posiblemente maravilloso: escucharla gemir, verla transpirar, sentirla acalambrarse, retorcerse, gritar. Delicias siempre conmovedoras y particulares. Y lo de particulares viene muy al caso, porque cada una de ellas, sagradas bestias, o sea, mujeres, es particular en su show, actriz principal. Y qué puede uno, pobre hombre mortal, más que querer descubrirla.
Todo esto pensaba mientras ella se iba, y yo con cara de boludo intentaba que la erección no progresara, porque nada agradable es caminar así - que la vean me importaba poco, soy sincero-. Estaba dejando que se me escapara el privilegio, las particularidades, sobre todo porque me detuve a sistematizar con tantos conceptitos absurdos para entender por qué me perturbaba la situación, cuando la explicación era tanto más accesible: esa mujer me había calentado bastante.
Y peor aún, me seguía calentando con su forma de caminar. Por eso la seguí un par de cuadras, a una distancia considerable, mirandola huir, nada más. Por más que me atribuyan una gran perversión, deberían haberlo visto. Sobrenatural. Hasta cómo se acomodo en la parada del colectivo fue de una sensualidad devastadora. Así que no pude más que tomar mi telefonito y llamarla. Volví a ilusionarme, mientras sonaba la vi clarita: taxi, hotel, tal vez jacuzzi, y esta vez yo presionandola contra el colchon, con sus piernas en mi cintura y sus dientes clavados en mi hombro. La respuesta fue otra vez desconcertante y tampoco supe qué hacer. "Ya estoy en el colectivo", me dijo.
Que dios me disculpe la expresión, pero cómo me la habría cogido.
Ezequiel

domingo, 10 de diciembre de 2006

Mi nombre es Legión

Eran las siete de la mañana, de la madrugada, pero para mí todavía la noche. Y cualquier claridad, sol, luz, reflejo y demases que se le pudieran reprochar a ese tipo, que es un hombre y no una clase de cosas, señorito mejor dicho, o sea, yo, cualquier referencia horaria es insostenible. Porque ese señorito que camina por la calle con una botella colgando de la mano, que me pesa bastante y podría dejar caer si no fuera porque intento darle otro trago, ese señorito sabe lo que es la noche. Y la noche es la ausencia de claridad, aunque tal vez una claridad mayor, distinta por lo menos. La cuestión es que era de noche y yo sé que es de noche porque todavía no se ve como se ve de día, se ve con ojos báquicos, pero sobre todo y tal vez lo más importante, aquello que se destila de la situación, aquella prueba no menor, es que me veo. Es decir, veo al señorito caminando por la calle y sé muy bien que intenta atinarle a cada baldosa, una suerte de pasitos en un tablero de ajedrez. Pero qué metáfora, querido, qué metáfora, entendámonos: una reina que amenaza, un rey que proteger y yo soy un alfil, porque no vayamos a creer que podemos ser una torre, acá hay que aceptar un hecho profundo: avanzar recto no es lo que nos caracteriza. En fin, volviendo al acontecimiento que no es tal pero es interesante, no queda más que observar detenidamente cómo intenta el individuo llevarse el pico a la boca, o la boca a la boca, que es algo así como decir que quiere dejar pasar por mí garganta un poco más de ese elixir venenoso que nos subdivide. Hay que aprehender que la división ya es muy clara. Está el sobrio y está el ebrio. Evidentemente a nadie se le puede ocurrir aventurar que quien manejó las fichas era el sobrio, nada tenía que hacer, ni gritarse que eran las siete de la mañana, que había que ir a dormir, que había que dejarse de joder con eso de la pulsión autodestructiva, que había que ser un tipo serio, qué tanto. Inútil. Y para colmo el dolor en los brazos, el otro esfuerzo báquico del día, ahí sí que era de día y estoy muy convencido porque nadie se quejó de los gritos que probablemente se escurrieron por la ventana, aunque como me ha hecho reconocer el último trago escurrirse puede no ser un término muy apropiado, es preferible una idea de avalancha, de grito macizo y no líquido, o tal vez algo más como un tsunami. El punto fundamental es que los brazos duelen, y por lo tanto levantar la botella es complicado, incluso sostenerla, pero algo impedía que el envase volara rotundamente hasta estrellarse contra alguno de los autos que intentan que cruce más rápido la calle - o que cruce lo que se dice bien, vaya uno a saber-. Como si un par de estridentes bosinazos lograran agitar mi discusión interna. Nada de eso, acá se define el sentido de la vida, señores. Acá se está tratando de temas importantes, debatimos entre la verdad de la visión y la posibilidad de ver. Cuasi gnoseológico. Porque no cualquiera puede levantar la vista para ver dónde carajo está, no cualquiera le ejerce una fuerza de mayor o igual magnitud a una tremenda borrachera, a una cantidad de litros de alcohol proporcional con cinco horas de tomar, a un día que podríamos definir como cansador. No, gente, no cualquiera se enfrenta a sus demonios -porque recordemos que nunca es uno solo- y hace el esfuerzo de centrar la vista, intentar ver algo de lo que mierda pasa alrededor y darse cuenta dónde está parado. Lo cual no deja de ser metafórico y gnoseológico.
Ese tipo, señorito o borracho perdido, bacante, desvirtuado o traslúcido deambulante empedernido, o sea, yo, no puede más que preguntarse sobre sus demonios y sus visiones. Y sobre todo no puede hacer más que luchar con esa tremenda resaca que va a venir, pero no con la botella que efectivamente terminé revoleando. Pero no pregunten a quién ni a donde, eso no lo vi.

Ezequiel

sábado, 9 de diciembre de 2006

La Espera

Un tamborilleo aburrido y clásico sobre el escritorio donde me espera simplemente un vaso de gaseosa. El vaso me espera a mí y yo espero a otro contenedor, de sustancia mágica, droga de felicidad y otras tantas sanaciones espirituales que no vienen al caso. Pero para colmo el calor, el calor es algo que uno tiende a soportar muy bien cuando no está solo, la dupla -por alguna extraña razón científica que no me encargaré de develar- lo disminuye, aporta a la antientropía, o a la entropía, o a lo que sea que haga que el calor se vaya. En cambio, yo, solo, acá, y con calor, es terrible, innecesario, realmente. Porque nadie ni nada ni nadas me obliga a quedarme sentado sintiendo cómo el culo me transpira; nada me obliga a no prender el ventilador, para lo cual, primero debería traerlo de la otra habitación, detalle no menor.
En fin, no me quejo. No, eso es una solución fácil a un problema inexistente- porque quién me va a negar que quejarse en general implica la creación del problema mismo por el cual uno se queja-. Yo, Junior de las cícladas, lo acepto con total martirización, con un destino tal vez glorioso, y por alguna razón azul, bien y profundamente azul. Seré recompensado, o eso me gustaría pensar, en cuanto mi inmovilidad sea razón perenne de entendimiento, de comprensión, de dadivosidad, de entrega espiritual a la santa mantis cuadrupeda que me engulla.
Un tanto ritualizado, pero si no el calor se hace dificil.

Ezequiel

jueves, 7 de diciembre de 2006

Y sí

Ella es tan elástica. Yo la despliego y ella se desplaza con agilidad, en todas direcciones. A veces creo que vuela, es maravilloso, un excursus corporal. Es un desarrollo, explota y me envuelve. Y si yo me resistiera menos el efecto sería casi instantaneo. Pero ella se divierte, se ríe y a veces yo también me río, de su risa, la ternura. O no ternura, es un término muy cercano a la inocencia y ella sabe lo que hace. Incluso he llegado a pensar que se ríe sabiendo que con eso me va a desdoblar a mí. Me va a ayudar a subir con ella. Pero siempre es un acto políticamente correcto, si se me permite el enunciado. No soy yo, acá, quien sabe volar, y tampoco se le ocurriría destacarlo. Esto es sencillo: ella es volatil.
Y en sí, es lo que se propone, cualidad que le envidio. Cuánta facilidad. Es algo irreprochable.
Este texto se debería llamar "Ella", para ser autorreferencial, cerrarse sobre sí, autoinventarse, exactamente como ella lo hace.
Porque no me cabe duda que ella lo hace.

Ezequiel

domingo, 3 de diciembre de 2006

Endecasílabo

Para Luz
00:04
Había tres o cuatro cosas que eran claras. Él no entendía demasiado toda esa maraña de incongruencias, pero intuía – detalles, eran detalles- que alguna razón había para que Cecilia no terminara una sola frase, eso estaba más que a la vista: la cosa no pasaba por ahí, el problema –si es que lo había- era otro. Ahora, qué quería decir eso, eso sí no podía contestarlo. Intentaba. Pero se le trababan las palabras, notaba una masa amorfa de sonidos que se le pegaban a las paredes de la garganta. El resultado fue único, unidireccional: dejó que se le escaparan algunas lágrimas. Qué le iba a importar llorar. Tenía ganas de putearla y abrazarla. Cecilia nada. Ella miraba la taza de café, el líquido negro estancado. No lloraba pero tampoco se animaba a mirarlo. F se daba cuenta -Sos tan predecible, nena, te conozco tanto – pensaba- no querés ver el resultado, no te querés hacer cargo.
Pero no, F no entendía, por qué, no podía ser. “Es así”, le dijo Cecilia. La miró, directo a los ojos –porque me la banco-; ella con la vista perdida en las uniones de las baldosas. De nada se hacía cargo, de nada. Ni de que eso fuera así, ni de que todo eso ya no fuera lo que era antes - como claramente la había escuchado decir a penas se sentó en la silla-. Además de haber proferido otro cúmulo de sonidos, otra cantidad amorfa – todo era amorfo entonces- de sonidos: que estaba confundida, que no entendía qué sentía, que el tiempo que habían estado juntos había sido hermoso, muy lindo – había enfatizado con poco entusiasmo el “muy”-, y que ella seguía disfrutando de su compañía, pero no como antes, porque ahora buscaba otra cosa, quería otro tipo – y F escuchaba ahora muy clarito cómo Cecilia había separado en sílabas cada una de esas dos trágicas palabras- otro tipo, insistió, de relación.
Lo más importante, lo que F no conseguía aclarar, era la forma. Veía cada una de las palabritas, las frases cortadas, los silencios y nada más. Imposible de separar, de catalogar algo de lo que mierda le estuviera diciendo esa pendeja – porque es una pendeja, sí, sos una pendeja de mierda que…
Fue insoportable y la taza de café se destrozó contra la pared.



00:03

Era un paso y otro y gente que se cruza - Me acuerdo de unos versos, algo que escuché en la secundaria En tanto que de rosa...- Y un sentimiento de apuro en la sangre y un árbol verde que refresca la Avenida de Mayo - pero no sé más, era algo aburrido, seguramente. Si no me acordaría- y Cecilia que camina tratando de agotar la cabeza – Hay que matar de a uno los pensamientos, cada idea que sale le pegamos con el palo de la inconformidad - y azucena - así seguía – y un paso detrás de otro por entre la gente, los autos y los árboles, el recorrido de la espera y azucena - verso patético; mi espera tiene nombre de calle, se llama Callao, pero nadie niega que también se llame F - En tanto que de rosa y azucena verso inmaculado de tiempo que es el principio de un todo, desde lucidez hasta oscuridad, es la sinécdoque de un sentimiento pervertido hasta lo más profundo de su sentido, el ocaso – Cecilia, concentrate, por ahora no se piensa- de lo arbitrario, de las – el palo, mi mano y las ideas, muy sencillo: un golpe rotundo y suficiente – de las luces rojas del aire - Cecilia y el hombrecito amarillo de la 9 de Julio enfrente. Cecilia y un mundo de gente caminando hacia ella, hacia el otro lado, contra ella como presagio de vidas encontradas –El análisis es innecesario, la cuestión es simple: todo principio tiene final y siempre hay que empezar de nuevo, pero por qué no evitar, eludir – En tanto que de rosa y azucena- de nuevo: por qué no eludir el cero, un numero interesante pero huible - Disfrutar tiene precio – Palo, ya te dije, seguís así y palo.
Cecilia llegó agitada y nerviosa a Callao y Perón. Tocó el timbre y tembló – temblar es una forma de decir, no es que realmente tiemble, no sufro ningún síntoma que implique – tembló cuando escuchó la voz de F por el portero.
-Soy yo, abrime- se escuchó decir.




00:02


Se despedían en la vereda de Avenida de Mayo y Florida, ella iría para “la casa”, como le había dicho, lo cual era lo mismo que decir que iría para la casa de F. M podía ver la escena: Cecilia hablando, confesando todo, sin mentirle, sin poder esconder la verdad; F mirando desconcertado, perdido en el pasado –nada de futuro-, lejos de intuir lo que en el presente estaba ocurriendo.
Si tardaba en despedirse es porque no se quería ir, no quería ni quedarse solo ni dejarla sola. Pero tampoco pretendía resolverle los problemas; todo tuyo, pensó. En fin, aunque quisiera, no se podía, ni se debía, ni nada. Ella tenía que hacerlo sola. Y se le nota un poco el miedo, o no, pero un poco de nervios – las manos frías, el juego con los anillos, la sonrisa por la mitad, los ojos que tiemblan-. “Yo tampoco me quiero ir”, le dijo. Cecilia lo miró. Debe estar pensando en F, pensó él.
M se acercó, la abrazó como si el mundo fuera una calamidad, una explosión de pecados que atrapaban al primer incauto que encontraban en la calle. Todo muy dramático, como corresponde a una despedida. Un beso largo y ya sin culpa. “Ánimos”, le salió. Parecía que se le había desprendido. Demasiado dramatismo, pensó.
Nos vemos, suerte.




00:01

La conversación transcurría entre miradas vivaces, sonrisas irónicas y mucha mentira. Se mentían poco a poco, probándose, con un tono bastante gracioso pero sabiendo que estaban hablando de algo serio, palabra que resonaba de fondo. Tal vez era una forma de esconder –de solapar- lo que estaba un poco mal hablar, porque las chanchadas se hacen pero no se cuentan en voz alta. Pero en definitiva no estaba mal por ellos, acá tampoco tenía nada que ver la vergüenza. El gran karma eran Aquellos – aquel, vamos a ser más concretos-. F estaba presente en los dos, eso no se discutía y para qué decirlo entonces. Ni Cecilia ni M lo mencionaban.
Pero era razonable, estaban preocupados por cosas serias. Cada uno trataba de avanzar sin pisar en falso, sin resbalar, sin caer. Los dos –ninguno más culpable que el otro- los dos daban vueltas, practicaban el tiro. No se daba a entender demasiado lo que se pretendía. Cada cual cuidaba lo que pensaba en ese mismo momento en el que el otro decía que no entendía mucho cuando en realidad ambos sabían todo. Se sabía que casi no hacían falta palabras, y por eso las usaban como desperdiciándolas. Era suficiente con las miradas de ojos con brillitos - ¿reflejo de los pensamientos del otro lado del vidrio?-; era suficiente con esas sonrisas entre nerviosas, irónicas, ingenuas y cínicas.
Pero bueno, M tuvo que hablar en serio, tenía que decirle a ella que no había sido un accidente-: lo pensé, la verdad es que lo pensé varias veces y quería hacerlo. También tuvo que decirle algo así como que medía las palabras porque no quería equivocarse -¿más?-, no quería creérsela-: no quiero hacer papelones.


En principio la respuesta fue una mirada. Después una especie exótica – y poco frecuente- de sonrisa que podríamos arriesgarnos a decir que no se forma en la boca, no es una simple arruga de los rasgos faciales, viene de algún rincón más profundo, más vital. Entonces, afortunada y necesariamente, una mueca de pensamiento: el labio inferior entre los dientes, otra sonrisa. Y por último lo que Cecilia contestó, algo que dijo o quiso decir, una afirmación, tal vez un “yo también” absoluto, en fin-: se lo cuento y listo.

sábado, 2 de diciembre de 2006

La claridad

La sangre te corre hasta el codo, hijo de puta, se ve en el blanco tu ojo cómo resbala la insensata estupidez que producis. Siempre ideas perdidas, una lucha constante por armar un discurso con las débiles propuestas que tenés para vos mismo. Denigrante, humillante. No te encontrás en ningún texto, en ninguna canción, parece que desfilaras en el patio del primero que te invite. Bailás, solo, sentado en tu asiento - tal vez de un colectivo, tal vez de tu casa, cualquier silla de tu casa-; me das lástima. Te perdiste en el inconciente, una carrera hacia lo que no lográs soportar; querés llegar a ser una estrella de rock y no ves que se te escapa el agüita entre las manos. Ni pudiste con ella, te fuiste infiel, le fuiste infiel, te rompiste con el traqueteo de tu moralina existencialista.
Qué vas a poder con ella si no podés con vos mismo, si te desgajás en gotitas de ridiculez - ni siquiera colonia barata: perfume inventando-. Toda tu creación que te atraviesa el cuerpo para que creas -sí, casi con Fe- que cuanto más despedazado más abarcás. No apretaste contra vos ninguna realidad, y eso lo pagás, eso se paga. No queda impune.
Fútil, sos fútil.


Ezequiel

Maybe you're the same as me