martes, 21 de noviembre de 2006

La oscuridad en la noche

Lo puedo afirmar: ella tenía problemas, serios problemas. Algún bichito extraño habrá entrado por su oído, probablemente aún estuviera ahí. Supongo, de todas formas, que es algo general, lo presumo; nada misógino, sólo suposiciones. Pero no me voy a desviar: ella había perdido varias tuercas de más en el camino. Lo confirmé esa noche en la que me desperté y la vi. Estaba pegado a la cama, y me despertó la sed – porque sigo intentando justificarla, pensar que sólo fue una alucinación, un delirio, un miedo o un sueño (Freud seguro interpretaría algo sexual, como siempre)-: ella estaba parada a mi lado, mirandome, fría, rígida, apática, con el hacha en las manos. Y debo aceptarlo –porque no pienso mentir- tuve miedo: me asusté. Entornando los ojos la observé, intentando respirar profundo, y decidió moverse y desaparecer para volver desarmada a acostarse a mi lado, inexpresiva, seca, impávida.
Sé que fui cobarde – algunos creeran que me guió la valentía-. No pude volver a dormir. No quise permitir que su sueño pesado la ayudara a decidir qué hacer conmigo. Esa sería mi defensa – no la mejor, luego lo supe-. Pasé la mañana siguiente pensando qué haría por la noche; para la tarde ya estaba decido, y lo mantuve los días siguientes: no dormí. Pero las noches son largas. Suelo defenderlas - acaso disfrutarlas- pero no así, en alerta, no por culpa de ella. El tiempo me disminuía las energías y la sed me atormentaba: no podía seguir así, sobre todo sin entender. Quise saber por qué, quería alcanzar la explicación, poder inferir los sentimientos que la recorrían, recrear sus sensaciones, llegar del acto a la motivación.
Entonces me destapé suavemente, me moví con una lentitud animal, caminé en silencio y llegué hasta la sala, agarré el hacha, la apreté entre los dedos reconociendo cada rasposidad del mango, cada pliegue violento. La alcé para que la luz de la calle la descubriera. El reflejo, el cambio de la luz, me traspasó y recorrió mis entrañas, se apropió desde mi interior, me movilizó y me dejé llevar, de vuelta, por la sala, repitiendo cada paso dado hasta llegar del otro lado de la cama; el de ella. La observé dormir; creí que más relajada que antes aunque tal vez sólo fue una alucinación, un espejismo de mi sed que me rasgaba los labios y me contraía la garganta. Eran detalles sin poder, fútiles. Y supe cuál era la mejor defensa, supe cómo volver a dormir.
Ezequiel
I don't mean to be insensitive, but I really hate your shit

1 comentario:

- Julieta - dijo...

jajajaja, que bueeeeeno que esta!!!
Me gustan esta clase de textos!