miércoles, 13 de diciembre de 2006

La inconformidad que nos perturba (o Sexopático: primer movimiento)

Saltá cuando yo te diga que saltes. Esa es la respuesta que me dio. Mi pregunta era tanto más sencilla, si no me equivoco le dije "¿vamos a coger?". Y eso me contestó antes de irse. Claro, pensarán: muy sencillo, la parás en seco, agarrandola del hombrito, un poco tirandole del pelo oscuro que le cae sobre el brazo y, mirandola directamente a los ojos y con un tono casi cínico le decís: dejate de joder y hablá claro. Pero no. La estupidez que me caracteriza suele ser devastadoramente literaria. Mejor dejar que las palabras se encarguen ellas solas de tomar sentido, volar en alguna dirección desconocida.
La cosa es que no cogimos. Inexplicable. La noche venía de porros y tragos, de besos esquineros calentones. Es más, en algún momento - y lo recuerdo muy bien, siento la cosquillita - se atrevió a darme un beso en el cuello. Turra, olió que eso me gustaba. Sepan que si no acometí contra ella cual animal en celo - porque más que eso no fui- fue porque era un bar, luces medias, y mucha gente. Y en el fondo porque tenía la seguridad de que todo el asunto terminaba con ella arriba mío - probablemente aún con corpiño porque no iba a llegar a desabrocharselo - y yo siendo un privilegiado concurrente a un espectaculo posiblemente maravilloso: escucharla gemir, verla transpirar, sentirla acalambrarse, retorcerse, gritar. Delicias siempre conmovedoras y particulares. Y lo de particulares viene muy al caso, porque cada una de ellas, sagradas bestias, o sea, mujeres, es particular en su show, actriz principal. Y qué puede uno, pobre hombre mortal, más que querer descubrirla.
Todo esto pensaba mientras ella se iba, y yo con cara de boludo intentaba que la erección no progresara, porque nada agradable es caminar así - que la vean me importaba poco, soy sincero-. Estaba dejando que se me escapara el privilegio, las particularidades, sobre todo porque me detuve a sistematizar con tantos conceptitos absurdos para entender por qué me perturbaba la situación, cuando la explicación era tanto más accesible: esa mujer me había calentado bastante.
Y peor aún, me seguía calentando con su forma de caminar. Por eso la seguí un par de cuadras, a una distancia considerable, mirandola huir, nada más. Por más que me atribuyan una gran perversión, deberían haberlo visto. Sobrenatural. Hasta cómo se acomodo en la parada del colectivo fue de una sensualidad devastadora. Así que no pude más que tomar mi telefonito y llamarla. Volví a ilusionarme, mientras sonaba la vi clarita: taxi, hotel, tal vez jacuzzi, y esta vez yo presionandola contra el colchon, con sus piernas en mi cintura y sus dientes clavados en mi hombro. La respuesta fue otra vez desconcertante y tampoco supe qué hacer. "Ya estoy en el colectivo", me dijo.
Que dios me disculpe la expresión, pero cómo me la habría cogido.
Ezequiel

8 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Bueno, no quise eliminar nada, no sé qué carajo fui tocando... Encima había escrito un montón! Decía algo acerca del término "Sexopático" y de que tenemos que terminar lo del extrañamiento antes de que te vayas al norte...

Ezequiel M. dijo...

Te publico, Bian:
El solo hecho de que hayas incluí­do el término "Sexopático" (que me parece genial) en el título te hace merecedor de una firma mí­a. Por lo demás, ofendidí­sima. Ah! Escuchame... Estaba pensando que tenemos que terminar el texto sobre el extrañamiento antes de que te vayas al norte. Definitivamente. Así que... cuando quieras, alguna noche de estas.

Anónimo dijo...

Ese poder que tenemos las mujeres...

Ezequiel M. dijo...

Ese poder de joderte la vida que tienen las mujeres

Anónimo dijo...

No todas...ya vas a ver!

Ezequiel M. dijo...

Encima te apuran.

Mujeres!

S dijo...

el personaje podria haberse pajeado mientras la seguia.