jueves, 30 de noviembre de 2006

Principios y Parámetros (de sentido)

Principio primero: Todo es así.
Principio segundo: Todo es dado.
Principio tercero: Todo es lenguaje.
Principio cuarto: Todo es interpretable.

Lease y parametricese de acuerdo con los principios: Estas ganas de nada menos de tí.


Ezequiel

lunes, 27 de noviembre de 2006

Llorar tinta sobre el papel

Hay textos irremediablemente bonitos, emocionantes casi hasta las lágrimas, o no tanto, pero cerca de un llanto metafísico. Sobre todo esos que así se escriben, como un llanto metafísico, en una metáfora: llorar tinta sobre el papel. El problema es que tienen un costo, y no sólo tienen un costo sino que son en sí la causa de un problema. Puedo volverme loco diciendo -Ezequiel, escribí y dejate de joder. Puedo inventar palabras, jugar con sentidos. Pero qué es un sentido envuelto en esa masa informe de pensamientos que me atacan frente a la desproporcionada distancia del centro, frente a los pocos centímetros entre el tubo del teléfono y mi mano y los kilómetros metafísicos entre vos y yo. En fin, un texto bonito se vuelve algo así como un exorcismo: un juego de espíritus que poco modifica lo físico, lo tangible. Un sentido cuasi religioso perdido en la frontera entre la locura y la convención. Un espejo del mantra urbano y moderno. Un televisor apagado en la oscuridad. Tu cara mirando para otro lado - o lo que es aún peor, mirando a otro, en otro lado-. Un relampago. No un rayo, no el cielo y la tierra unidos, simplemente un relampago: un destello perdido de luz que -pudiendo pasar desapercibido- se expande y se disuelve y no deja más que una presunción de aquello que ocurrió, una referencia vaga, un significado improbablemente apreciable. Y entonces se hace dificil sobrevivir sin escribirlo. Lo terrible -tal vez allí la belleza, precisamente, en lo terrible- es que no deja de ser todo una metáfora. No es más que llorar tinta sobre el papel.

Ezequiel

sábado, 25 de noviembre de 2006

Y entonces

Yo soy una casualidad. Pero no intento remitirme a conceptos filosóficos para explicar cómo un ser puede ser o no una casualidad. Simplemente puedo afirmarlo, una casualidad se concretó en mí. La historia no es del todo interesante, digamos que se podría explicar muy fácil y sin embargo mi intención es simplemente desarrollar otra historia. El lector sabrá entender que es importante armar recursos para empezar un cuento, no porque sea real el terror a la página en blanco o cualquier otro estupidismo del escritor moderno bestsellerista –por cierto una muy buena palabra, casi denigrante, pero con intelectualismo doble-, sino simplemente porque empezar un cuento es necesario y hasta indulgente empezarlo bien. Y a mí me gustó la idea de remitirme a casualidades – que por cierto viene muy al caso-. Yo soy una casualidad dije, y hasta me permití escribir que tengo justificaciones mundanas, nada conceptuales. Es más, voy a contar para que se me crea desde un primer momento. Pienso decirles que se remite a algo de lo más sencillo como mis dos padres cogiendo. Sí, lo sé, imagen perturbadora cliché. Pero la cuestión es que afortunadamente yo no lo presencié, ni lo presentí porque en ese momento no era. Y es más, iba a ser gracias a esa imagen que tan denostada está. Principalmente gracias a esa imagen no sólo iba a ser sino que además iba a ser una casualidad. Eso es lo que mis padres me hicieron, ser una casualidad, casi una doble cualidad, una ambigüedad de algo monoexistencial. Y fue tan sencilla esa acción como calcular mal los días y dejarse llevar por el calor - aquel que nubla la mente, como quien dice-. Básico y puntual, mi papá lo repetía seguido, me pregunto si por angustia o por chiste. Pero nunca dejé de entenderlo: yo soy una casualidad. Podría no haber sido nada, podría no haber sucedido, no existir – y tal vez también por una casualidad, pero no ser casualidad es otra cosa muy distinta-.
Y si yo digo todo esto es por una razón – así suelen ser las intenciones -, así puedo afirmar: así como yo soy una casualidad, así la conocí a ella.
Ezequiel

viernes, 24 de noviembre de 2006

Se espera respuestas

Esto iba a ser para vos. La verdad es que me senté en la computadora a escribir esto para vos. Sí, plenamente para vos y todos saben (o todos los que leen, por lo menos), todos saben quién sos vos y quién no sos, es una cuestión de piel, de sinceridad y de contenido fáctico (o fatuo). Pero supe que no podía, presencié la imposibilidad de llegar a escribirte, de mandarte miles de cartas y hasta de llamarte por teléfono, por qué limitarnos a la palabra escrita, por mucho que me guste y mucho que me esconda con sus enes de tinta negra y sus oes de tinta roja. Me veo bloqueado, atosigado, atado, herrumbrándome frente a una lloviznita puta que me carcome lentamente y ni se preocupa si es de día, de noche, mi habitación o la de otra mujer. Al mismo tiempo por todo eso te quiero escribir, nena, te quiero putear, te quiero odiar, te quiero pedir que vuelvas, te quiero tratar bien, te quiero echar de mi vida, te quiero amordazar contra un palo de luz y dejarte sintiendo el frío helado de la lloviznita para que a gritos me pidas que te abrace y te preste de mi calor, ese que tantas veces te presté, ese que en alguna que otra oportunidad te regalé casi hasta congelarme. Pero esto es mucho más complicado que una simple carta de amor o una simple carta de despedida, o una puteada telefónica que por error -evidentemente no me animaría a preguntar por vos- podría llegar a recibir tu mamá, y lejos estoy de pensar que tal vez no se la merezca un poquito, pero mis intenciones son obviamente más fútiles. Todo es más enrevesado, más sutil, como hilitos entrelazándose en una madeja insoportablemente compacta y aérea a la vez -y digo aérea porque nada me parece más espeluznantemente parecido al viento, al aire, al éter o a lo que mierda respiremos que... mejor no, prefiero guardarme mis recuerdos para otro momento, para dedicartelos en otro caso, o para matarlos con una botella de whisky, vino o cualquier etílico-. Y yo quería realmente sentarme y escribirte a vos, directamente a vos. Este texto iba a ser para vos, tenía toda la intención de decirte cosas claras, directas, mordaces, dulces, intempestivas, cínicas y hasta grotescamente conmovedoras. Tal vez hasta implorarte perdón, no sé perdón por qué, pero perdón, el perdón divino, el perdón ajeno, un perdón que inmaculara todos mis actos, o los defendiera, o simplemente los tirara al fondo de un abismal tachito de basura para otorgarme cierta redención, cierta limpieza y pureza espiritual, un aura de salvación, o mínimamente de aceptación.
Pero todo eso, todo esto, todo esta carta o metáfora o infinita metástasis de mis dedos hinchados; todo lo que iba a decirte, todo lo que podría haber dicho, todo lo que iba a escribir, gritar, proclamar, declarar, aseverar, prometer, pedir y reclamar no va a ser así. Y yo quería escribirte a vos, quería que este fuera un texto para vos -casi hablarte con la ingenua idea que tiene todo aquel que escribe para alguien de que le contesten, con un gesto, unas palabras, un beso, lo que sea-, pero me di cuenta de algo muy importante, sustancial, tan sensato como desgarrador, mordaz, podría llegar a discutirte que es de una lucidez arrolladora: sé que no lo vas a leer, sé que ya no entrás acá (porque no se crean, soy un narrador pero también un escritor y tengo conciencia de que esto es un blog) sé que ya no entrás acá y que ya no me lees porque probablemente te hayas cansado y encerrado en una plastic box, o no, tal vez estés prófuga y libre caminando por las calles. De lo que estoy seguro es que esto lo tiraste en el placard, abriste la puerta y lo encerraste en el fondo, en lo oscuro, y desde lo oscuro nada se lee.
Una lástima, este texto iba a ser para vos, con todo lo que eso implica, pero no lo es. Si no lo lees, de qué sirve que sea para vos? de qué sirve que te hable? si vos no lo lees no va a existir el "vos", y si no existe el vos no va a existir todo lo que está dicho al vos. Irremediablemente, este texto si no lo lees, no existe.

Ezequiel

martes, 21 de noviembre de 2006

La oscuridad en la noche

Lo puedo afirmar: ella tenía problemas, serios problemas. Algún bichito extraño habrá entrado por su oído, probablemente aún estuviera ahí. Supongo, de todas formas, que es algo general, lo presumo; nada misógino, sólo suposiciones. Pero no me voy a desviar: ella había perdido varias tuercas de más en el camino. Lo confirmé esa noche en la que me desperté y la vi. Estaba pegado a la cama, y me despertó la sed – porque sigo intentando justificarla, pensar que sólo fue una alucinación, un delirio, un miedo o un sueño (Freud seguro interpretaría algo sexual, como siempre)-: ella estaba parada a mi lado, mirandome, fría, rígida, apática, con el hacha en las manos. Y debo aceptarlo –porque no pienso mentir- tuve miedo: me asusté. Entornando los ojos la observé, intentando respirar profundo, y decidió moverse y desaparecer para volver desarmada a acostarse a mi lado, inexpresiva, seca, impávida.
Sé que fui cobarde – algunos creeran que me guió la valentía-. No pude volver a dormir. No quise permitir que su sueño pesado la ayudara a decidir qué hacer conmigo. Esa sería mi defensa – no la mejor, luego lo supe-. Pasé la mañana siguiente pensando qué haría por la noche; para la tarde ya estaba decido, y lo mantuve los días siguientes: no dormí. Pero las noches son largas. Suelo defenderlas - acaso disfrutarlas- pero no así, en alerta, no por culpa de ella. El tiempo me disminuía las energías y la sed me atormentaba: no podía seguir así, sobre todo sin entender. Quise saber por qué, quería alcanzar la explicación, poder inferir los sentimientos que la recorrían, recrear sus sensaciones, llegar del acto a la motivación.
Entonces me destapé suavemente, me moví con una lentitud animal, caminé en silencio y llegué hasta la sala, agarré el hacha, la apreté entre los dedos reconociendo cada rasposidad del mango, cada pliegue violento. La alcé para que la luz de la calle la descubriera. El reflejo, el cambio de la luz, me traspasó y recorrió mis entrañas, se apropió desde mi interior, me movilizó y me dejé llevar, de vuelta, por la sala, repitiendo cada paso dado hasta llegar del otro lado de la cama; el de ella. La observé dormir; creí que más relajada que antes aunque tal vez sólo fue una alucinación, un espejismo de mi sed que me rasgaba los labios y me contraía la garganta. Eran detalles sin poder, fútiles. Y supe cuál era la mejor defensa, supe cómo volver a dormir.
Ezequiel
I don't mean to be insensitive, but I really hate your shit

viernes, 17 de noviembre de 2006

Cerca del suicidio

Mi tendencia al suicidio no es del tipo física -no soy como aquel que decía que cuando entraba a una habitación la gente cerraba las ventanas-, es más un suicidio mental, cognitivo. Digamos que soy algo así como quien se mata pensamientos, o se mata la cabeza mediante pensamientos. Digamos que dificil es crear terminologías, esto es un tema más sencillo, ningún sistema de por medio: algo así como un suicido emocional, pero más racional; algo así como ideas que pinchan, cortan y arden.
Es una cosa un tanto extraña, posiblemente para tratarlo con el psicologo al cual no pienso recurrir. Es dificil de resolver. Si fuera que mis intentos son de suicidio físico podría atarme a una silla, o cerrar todas las ventanas, o esconder los cuchillos, tenedores y cables de todo grosor y tamaño. Pero a los pensamientos no tengo forma de amarrarlos, se mueven solos.
Quizás un día el cansancio me gane y decida volarlos a todos de un solo disparo, así se dejan de joder con querer suicidarse.

martes, 14 de noviembre de 2006

Pero en fin, ¿qué quiere?

Cuatro de la mañana de un día-noche- bastante improductivo(a). Quería escribir algo, no pude. Decidí citar. Dos "capítulos" del libro Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes. Altamente recomendable, no tiene desperdicio (me costó elegir qué citar, y eso que aún no llegué ni a la mitad).

La catástrofe

Catástrofe: Crisis violenta en cuyo transcurso el sujeto, al experimentar la situación amorosa como un atolladero definitivo, como una trampa de la que no podrá jamás salir, se dedica a una destrucción total de sí mismo.

1. Hay dos regímenes de desesperación: la desesperación lenta, la resignación activa ("Te amo como es preciso amar, en la desesperación"), y la desesperación violenta: un día, después de no sé qué incidente, me encierro en mi habitación y rompo en sollozos: me lleva una ola poderosa, asfixiado de dolor; todo mi cuerpo se resiste y se revuelve: veo, como un relámpago claro y frío, la destrucción a la que estoy condenado. Nunguna relación con la humillación insidiosa y en suma civilizada de los amores difíciles; ninguna relación con el pasmo del sujeto abandonado: no me autocompadezco. Es puro como una catástrofe: "¡Estoy perdido!"

(¿Causa? Nunca solemne, de ningún modo por declaración de ruptura; llega sin advertencia ya sea por el efecto de una imagen insoportable o por el brusco rechazo sexual: lo infantil -verse abandonado por la Madre- pasa brutalmente a lo genital)

2. La catástrofe amorosa está quizás próxima de lo que se ha llamado, en el campo psicótico, una situación extrema, que es "una situación vivida por el sujeto como algo que debe destruirlo irremediablemente"; la imagen surge de lo que se pasó en Dachau. ¿No es indecente comparar la situación de un sujeto con mal de amores a la de un recluso de Dachau?¿Una de las injurias más inimaginables de la Historia puede reencontrarse en un incidente fútil, infantil, sofisticado, oscuro, ocurrido a un sujeto cómodo, que es sólo presa de su Imaginario? Estas dos situaciones tienen, sin embargo, algo de común: son, literalmente, pánicas: son situaciones sin remanente, sin retorno: me he proyectado en el otro con tal fuerza que, cuando me falta, no puedo recuperarme: estoy perdido, para siempre.


¿Por qué?

Por qué: al mismo tiempo que se pregunta obsesivamente por qué no es amado, el sujeto amoroso vive en la creencia de que en realidad el objeto amado lo ama, pero no se lo dice.

1. Existe para mí un "valor superior": mi amor. No me digo jamás: "¿Para qué?". No soy nihilista. No me planteo la cuestión de los fines. Nunca hay "porqués" en mi discurso monótono, sino uno solo, siempre el mismo: pero ¿por qué no me amas? ¿Cómo puede no amarse ese yo que el amor vuelve perfecto (que da tanto, que hace feliz, etc.)? Pregunta cuya insistencia sobrevive a la aventura amorosa: "¿Por qué no me has amado?"; o más aún: "¡Oh!, dime, amor de mi corazón, ¿por qué me has abandonado?!: "O sprich, mein herzallerliebstes Lieb, warum verliessest du mich?"

2. Pronto (o al mismo tiempo) la pregunta no es ya: "¿por qué no me amas?", sino: "¿Por qué me amas sólo un poco?" ¿Cómo haces para amar un poco?¿Qué quiere decir amar "un poco"? Vivo bajo el régimen del demasiado o del no bastante; ávido de coincidencia, todo lo que no es total me parece parsimonioso; lo que busco es ocupar un lugar desde donde las cantidades no se perciban más, y de donde el balance sea proscrito. O incluso -puesto que soy nominalista-: ¿por qué no me dices que me amas?

3. La verdad es que -paradoja exorbitante- no ceso de creer que soy amado. Alucino lo que deseo. Cada herida viene menos de una duda que de una traición: porque no puede traicionarse sino quien ama, no puede estar celoso sino quien cree ser amado: el otro, episódicamente, falta a su ser, que es el de amarme; he aquí el origen de mis desgracias. Un delirio, sin embargo, sólo existe si despertamos de él (no hay sino delirios retrospectivos) : un día comprendo lo que me ha ocurrido: creía sufrir por no ser amado y sin embargo sufría porque creía serlo; vivía en la complicación de creerme a la vez amado y abandonado. Cualquiera que hubiese entendido mi lenguaje íntimo no habría podido menos que exclamar, como se lo hace de un niño difícil: pero en fin, ¿qué quiere?.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

La catástrofe y La redención

Entonces lo empujamos abajo del otro: lo hicimos rodar y lo ubicamos en su lugar. Lo habíamos resuelto, estaba igual que antes. Pero en ese momento sucedió aquello que quiero relatar. Él me repitió lo que había dicho unos instantes antes de que todo se desenvolviera y yo le contesté con las mismas palabras y el mismo claro tono de voz que antes. Eso dijo y eso dije.
Y fue brutal, apocalíptico, premonitorio: aconteció la mencionada catástrofe.


Sepanlo: estamos hasta las manos, desde el cuello hasta la punta de los pies; tapados de agua. Porque la inmundicia nos afecta -exige-. Probablemente descendamos a lo sutil si intentamos referirlo, acá no queda otra que experimentarlo: querer vivir para que te anden poniendo palitos en el camino, tirando histeria sulfúrica en la cara o, peor aún, proyectando la culpa.
Execremos nuestra bendita admiración a las costumbres y dividamos las aguas. La redención, y sólo la redención: seamos menos de lo que intentamos ser: seamos simples.

Ezequiel

viernes, 3 de noviembre de 2006

NO al no

¿Cómo que no? Nunca podría decir que no. ¿Qué es eso de hacerse el malo y darsela de pija -sí, de pija, y cortenla con criticarme si soy muy coloquial-?. Porque a todo esto decir no es de cagón y no se hace. No, no se hace. O se hace pero no corresponde. ¿Qué es eso de ser tan cobarde y agregarle un no más a la historia del universo, de provocar una resta más?. Es nefasto, che, es nefasto. Nada menor ese tipo de polaridad atroz. Escribamoslo en minúscula de ahora en más, hagamoslo un no chiquitito. Hagamos de esto un rock and roll, seamos gente que pretende más de la vida. Pongamos la sangre en la arena. Escribamos el SI como es debido.Digamos sí al sí y hagamos la última negación que el mundo, pobre enfermo, merece como señal de respeto: digamos no al no. Que el no no sea no, convirtamoslo en una afirmación. Demosle la posibilidad de crear algo nuevo -o es que todavía no entienden el valor eterno que tiene lo nuevo-. ¿o no se dan cuenta que la revolución está en no decir más no?¿No entienden, acaso, que hay que dar vida a que lo nuevo surja?.
¿No entienden que hay que gritar sí?
Dibujemos el cero en la tierra, borremoslo de una patada y marquemos, con un fuego más perene que la condena que nos atormenta, un sí que nos corresponda, que nos devuelva el sentido perdido.
En serio, che, dejemosnos de joder con el no.

Ezequiel


Me gustan los problemas, no existe otra explicación

miércoles, 1 de noviembre de 2006

Cold Turkey: un way of life

Siempre hay que ser un poco informativo, perder el miedo a ser descortez y decirle clarito a la gente: usted va a sufrir, es así de sencillo. También podemos moderarlo un poquitín, querer crear empatía y decirle: "si no mireme a mí que que las he pasado, las he pasado". Así que aquí estamos, intentando comunicarnos con la gente como todos los días desde nuestro cómodo asiento frente a la computadora. A veces dando un modesto toquecito de magia a la pantalla, y otras viendo alguna que otra cosilla de la realidad. Y hoy haremos honor (o empezaremos a hacerlo) al título que todos los días nos acompaña como cofradía de todos los que escribimos, como centro magnético (esa especie de Kibbuttz del deseo, o cielo en una rayuela). Para quienes aún desconocen la procedencia de la frase "Cold Turkey" debemos decirles que no sólo hace referencia a una canción de John "the walrus" Lennon sino que nos interesa el propio sentido en el que John nos lo comunica: algo así como, en algún tipo de lunfardo, "sindrome de abstinencia". Y hoy, a pedido del público, decidimos comenzar con uno de los tantos síndromes que a todo el mundo aterra. Para los que ya lo conocen tal vez sea reconfortante no sentirse solo y saber que esto nos puede pasar a todos, para los que lo ignoran puede ser-en compañía de nuestro querido manifiesto- una guía espiritual.
Hecha la introducción daremos curso a la enumeración de síntomas que conlleva el síndrome del abandonado -¿tal vez síndrome de abstinencia del amor como propiedad privada?¿tal vez la división del individuo?-.
Por hoy tocaremos un síntoma básico y fundamental: la frecuente caída en la autointerrogación "¿Cómo es que me abandonó si yo soy una buena persona?".
Esta caída puede ser frenética, sumergiendose en las entrañas de un grito rockero como "I must did somebody some good!". Es de apreciar el grado de generalidad en el que se introduce quien por aquel lado reacciona, la indeterminación que implica el "somebody".
Otros, en cambio, optan por la salida cuasi existencialista "¿Qué determina la bondad en los actos de un individuo?" -obviamente teniendo un triste final: todos suelen terminar estudiando filosofía-.
Aquellos que se precian de su porteñismo eligen la adoquinada vía y pregonan a los cuatro vientos que "a la próxima la cago, a mí no me agarran más por ser buenito".
Unos pocos imaginativos crean una ficción tal en la cual existen personas del sexo contrario que reconocen su bondad, y en otros casos, más patéticos, que imitan a la realidad-segundo peligro: terminan estudiando letras-.
Las reacciones frente a la manifestación de este síntoma son tan variadas como diferentes personas hay en el mundo enterito, enterito. Pero por lo menos esperamos haber sido explicativos y haber logrado caracterizar a vuelo de ave algunas de las más recurrentes y básicas.

Hasta la próxima entrega

Martín y Ezequiel

Pare de sufrir! Lea Cold Turkey!