domingo, 29 de abril de 2007

aire y luz y tiempo y espacio

"Sabés, yo tenía una familia, un trabajo, algo
siempre estaba
en el medio pero ahora
vendí mi casa, encontré este
lugar, un estudio amplio, deberías ver el espacio y
la luz.
por primera vez en mi vida voy a tener el lugar
y el tiempo para
crear".

No, nene, si vas a crear
vas a crear trabajando
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con 3 chicos
mientras estás
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo,
vas a crear ciego
mutilado
loco,
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego.
nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada
excepto quizá una vida más larga para encontrar
nuevas excusas.

Charles Bukowski

domingo, 15 de abril de 2007

Baquides

Frente a nosotros se levantaba un vaho que nos recubría la cornea de los ojos y la comisura de los labios con un sabor ácido de secreciones frescas. Aún nos encontrábamos sorprendidos como quien asiste a un espectáculo único, a una representación magistral, similar a una onda sísmica que al llegar hasta nosotros detenía su recorrido durante unos segundos para mantenernos vibrando con aire entrecortado. Sobre todo se podía adivinar en el silencio. Nuestras bocas semiabiertas suspiraban pausadamente un leve aire caliente casi imperceptible, y en cuestión de segundos eran ahogadas por la carne sudorosa que interrumpía en el llano de los labios.
El tejido de piel trémula dejaba adivinar contornos que al instante se reformulaban como una gran ameba caliente. Sobre el piso, el límite lo conformaba una figura circular un tanto irregular de telas y batas que nos rodeaba. A veces nos sorprendíamos absortos en el reflejo oscilante de las velas que al golpear contra el raso violeta formaba un cerco de rojos, amarillos y azules. La música rellenaba y acompasaba los movimientos casi convulsivos y en oportunidades espásticos.
Poco a poco nos fuimos convirtiendo en algo más que nosotros mismos. Nuestra transpiración emanaba hasta formar un gran charco. Convertido en río, navegábamos como una balsa hecha de fibras inquietas y poros latientes. Era el Aqueronte, y nosotros nos desplazábamos enredados y a la deriva. No pertenecíamos ni a un lado ni al otro, la amorfa embarcación de carne irrigada estaba destinada a hundirse. Y el agua que nos envolvía, salada y viscosa, se abastecía de flujos y semen, se evaporaba e invadía la habitación con olores agrios. Aún así nuestras caras se mantenían desconocidas, nuestra presentación era un cúmulo de piel resbalosa sin rostro. Nos diferenciaban el pelambre y las presencias o ausencias.
Se escucharon algunas palabras, alguien que por error o gusto perverso pronunció incoherencias. Pero lo que dijo no lo recuerdo. La respuesta represora seguramente llegó con dos pechos y dos pezones erguidos, o con una embestida silenciadora.
En pequeños grupos de dos o tres fuimos visitando las habitaciones oscuras; circulábamos como íntimos desconocidos, buscando las pistas mediante el roce de las manos en vanos intentos por descubrirnos. Pero las máscaras permanecían adheridas a nuestra piel, la mitad de nuestro rostro era un frío plástico nacarado, último resabio de lucidez y sello de un sagrado pacto de silencio. El resto nos trascendía, simple excitación por un arte mayor.
A medida que pasaron las horas algunos volvieron a vestirse y se retiraron sin despedirse. Otros, inagotables, persistían en su búsqueda. Al fin nadie quedó, y cada cuarto fue iluminado.

martes, 10 de abril de 2007

Gato negro

Soy un egocéntrico, un ignorante, un despreciado;
soy un tarado, un hipócrita, un desquiciado,
raro, excéntrico, bohemio.
Soy un iluso, un idiota,
soy un imbécil, soy un pedante;
un forro,
insensible, casi inhumano... soy un animal;
soy un rencoroso, un pervertido,
un sexópata, un cínico,
cíclico y rotundo sicótico.
Soy un ególatra y logófilo,
insoportable,
un revolucionario,
un burgués, un autócrata;
soy un pérfido, incestuoso,
un misógino, ácido, rebelde.
Soy un lego, un escritor fracasado,
un despótico, un neurótico obsesivo,
culpógeno.
Soy un nene lastimado,
un sujeto dividido.
Soy un irreverente, un perdido,
un heavy,
soy un hombre alado sin plumas,
un cáncer benigno, un desesperanzado,
soy un enfermo;
soy la peor persona y el mejor amigo,
soy un amante incansable,
soy una mentira...

pero quiero ser tu gato negro.

miércoles, 4 de abril de 2007

Sending out

Para la Maga, por las carreteras perdidas

Ella leía en voz baja mientras jugaba con los cordones de las zapatillas. Como en un movimiento casi sicótico, golpeteaba las puntas que caían nuevamente en sus manos. Y sin cambiar su ritmo, violentamente se volcó sobre el libro y desapareció. No estoy diciendo que se haya escapado corriendo, ni que se acercaba de forma normal al libro.
La imagen más cercana es una especie de succión, o de intromisión repentina, depende de qué lado se lo mire. Claramente, aún no sé si aquello fue por acción del libro o por acción de ella, y posiblemente nunca lo sepa. Pero de cualquier forma, eso no implica que lo que presencié sea mentira, digo, no descubrir la máquina detrás de aquel resultado no refuta nada, por si se les ocurría intentar tratarme de embustero.



La cuestión es que yo no invento, de hecho, como notarán, soy un mal escritor que no puede escaparle a ciertos clichés al momento de narrarles. Lo más acertado para definirme sería lo que me dijo el doctor Masselli. Mientras tomábamos unas cervezas, el abogado me miró a los ojos durante un par de segundos y antes de romper el silencio miró hacia la barra.

-Hay personas que creen y personas que no, Acuña - dijo Masselli-, yo un día defiendo las leyes como sagradas y al siguiente las discuto como si allí residiera la razón de mi vida o mi destino.

Se le derramaba la espuma del vaso luego de haberlo llenado casi con violencia, y, no sin cierta torpeza, intentaba evitar que llegara a la mesa usando una servilleta de papel. Pena, limpia y llana pena. Eso era lo que me unía con Masselli, una cerveza, un bar y servilletas de papel con las que limpiarse la grasa de los manís e intentar rescatar la espuma de su caída cruel. Y si ese día logré entender por qué yo estaba con ese tipo que no me simpatizaba en absoluto y que, es más, me producía nauseas ni bien se sentaba en la silla de en frente, si yo entendí eso en aquel bar, lo que me dijo no lo entendería hasta hace unos días. Las cosas se creen o no, y las personas se dividen entre las que creen y las que no. Masselli y yo creíamos, tanto como para creer fervorosamente en ideales opuestos, días distintos, o incluso el mismo día.
No hay más que eso, los que creen llegarán hasta acá o tal vez ni siquiera estén leyendo ya... en cambio, los que ocupen el mismo bando que el patético abogado y yo, me permitirán que hable (lo sé, al final me dirán: sí, Acuña, usted tenía razón).




Pero todo esto no era nada, no por lo menos hasta que la vi esfumarse delante mío. Unas horas antes yo transitaba mi angustia constante y las calles del barrio de Montserrat. Debía ser el único hombre caminando en la ciudad, llevaba dos horas en un paseo sin rumbo y no recordaba haberme cruzado con ningún otro peatón. Las veredas se me presentaban, vacías y sucias, y por esa razón yo caminaba aún. Decidí salir a la 9 de Julio y luego hacia Córdoba. Los negocios estaban cerrados, ni un sólo kiosco. Autos no recuerdo, sé que vi. Buenos Aires tampoco estaba desolada.
Sé que no fue un sueño, verdaderamente estaba caminando y sobre todo sé que lo que vi después fue real. El saber es una cuestión de fe. Vi a la muchacha que leía sentada en el banco, agazapada contra el libro, tocando los cordones de sus zapatillas, con los pies un tanto levantados del suelo. El libro, y ella sumergiéndose, o absorbida, entrando al libro... O a las páginas. Ciertamente no lo sé, pero desapareció.









Y estoy seguro de que sucedió. Porque aún guardo el libro que tomé inmediatamente, abandonado y abierto como si lo hubieran olvidado sin leerlo por completo.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Iluso

Demasiado lejos de poder escribir un poema decente, hace mucho que no actualizo así que aquí va un "intento de..", creo que se queda en un juego de palabras y que no me sale escribir poesía ni por asomo. Así que como de costumbre, escucho opiniones que me ayuden. E.

Iluso

Entre el iluso
golpe a mí
y el ensombrarse a mitad del día
el juego con los ojos
un refregar
con la mano
de trapo

Cruje

Y cuando se desarma, el reflejo
centellea, la calma
lúcida ves
un risible proceder de mimesis
y es
todo
¿y por qué?
locura

Se retrae

Detrás de aquella
no es dama
ni conjura de ilusión
el albor
desaparecido, soy
irremediable
tal vez un enfermo

Entre dos manos
que me esconden
la frente
los ojos
se apagan
¿para quién?
pecados deslucidos

Truena

Sombra de oscuridad,
Iluso,
en las manos tus ojos
partiste

jueves, 15 de marzo de 2007

Castillo de arena

A Abelardo

No sé bien cómo empezó, pero luego de que Natalia se parara desparramando un par de tazas consideré que era momento de prestarle atención a lo que fuera que le estaba diciendo y a lo que ella me contestaba:

- Acordate de la playa
- Disculpame, ¿de qué playa estamos hablando?

De haber sabido el tema de la conversación tal vez podría haberme salvado de la mirada de tigresa hambrienta con la que intentó responderme. Debían ser las once de la mañana. Mis reflejos de hombre en peligro no pretendían despertarse aún, ni siquiera después de la tasa de café con leche y las dos medialunas. En efecto, lo notó (debo admitirlo, tampoco intenté disimular mi poco interés), porque quedó rígida con la mano en la puerta a medio abrir.

-La playa. Cuando me dijiste que todo lo que escribías era siempre pensando en mí. Que yo estaba en todos tus textos.

Yo, aclaro, soy un intento de escritor. Y por alguna razón que no creo recordar, probablemente el medio litro de vodka mezclado con jugo de naranja, yo le había dicho eso mismo.

- Me acuerdo - admití - pero si no me equivoco nos habíamos conocido esa noche, por lo que no podía estar hablando en serio.

Tampoco se podía llamar playa a aquel arenero. Por más que Natalia se hubiera encaprichado con construir un castillo de arena mientras yo le recitaba Girondo recostado contra un tobogán.
Claro que Natalia nunca estaba en los mismos lugares que yo, por más que estuviera a mi lado. Y aunque eso fuera una plaza cualquiera (aún no recuerdo cuál), para ella era San Bernardo o Mar del Plata.

- Te acordás - dijo Natalia-, bueno. La próxima vez que escribas yo voy a estar ahí.

La puerta, repentinamente sin Natalia, se bamboleó dejando entrar aire fresco de la calle. Esa, y no sin un sabor a interrogación, fue una de las últimas veces que la vi.
Volví a verla hace tres días. Hasta hoy no he escrito más que cosas sueltas en un cuaderno de hojas cuadriculadas. Algunos días se olvida que uno quería ser artista, como cualquiera se olvida de cepillarse los dientes antes de ir a dormir o llamar a una ex por su cumpleaños. De Natalia no, ni sus ojos verdes, ni su manera de caminar como si las calles se fueran abriendo para que pasara pero ella no le diera la menor importancia.

- Hola- dijo Natalia

Yo iba camino a sentarme en un banco de la plaza Las Heras y ella, sentada en el pasto en posición de loto, hacía dibujos en un cuaderno. Después, caminabamos por Libertador. Ya cerca de Retiro se desprendió de mi brazo para comprar un chupetín, y un caramelo de menta para mí. Vi otra vez su espalda angosta y sus caderas lo necesariamente más anchas. No son sus manos, ni su boca, ni sus piernas, ni sus tetas lo que define a una mujer. Todas las proporciones provienen desde sus cadera y, de acuerdo, su ombligo.

- Tomá - y me mostró el caramelo de menta en su mano - de los que te gustan
- ¿Y cómo sabés que me siguen gustando?

Separó apenas los labios como si fuera a decirme algo y desviando la vista siguió camino a la plaza San Martín. Pasamos la tarde juntos y esa noche dormí de nuevo con ella.

- No volví a escribir - le confesé

Estabamos en la cama, ella sentada con las piernas cruzadas jugando a tirar de los pelos de mi pierna. De alguna forma, sentí la necesidad de taparme y la corrí, tirando de la sábana. Por segunda vez separó los labios pero sin llegar a decir nada.

- O sí - le dije-, pero todos textos incompletos e inservibles. Y vos estabas en todos.
- ¿Te acordás de la noche que hicimos un castillo de arena en la playa?
- Sí, pero eso qué tiene que ver, Natalia. Además el castillito lo hiciste vos sola y eso no era una playa.
- El castillo lo hicimos los dos porque vos estabas en la playa conmigo. Y no me gusta que pienses que era un "castillito".
- Está bien. Igual, yo te estoy hablando de que tenías razón, la última vez que nos vimos.
- Sí, pero vos no sabés nada.

De todas formas, yo sabía. Lo supe esa misma tarde al encontrarla y tal vez desde que me dejó viendo su ausencia en la puerta del café.
Esa noche fue la última, también lo sé. Y sin embargo, no he dejado de escribir sobre ella.

viernes, 9 de marzo de 2007

Sin ganas

Te cae el cansancio sobre los brazos. Y además aquel dolor de cabeza te exige cerrar los ojos. Subís la escalera, sin ir a ningún lado. Porque no querés. La ventana está abierta, hay algo de luz. No está nublado, no llueve, no sos vos quien sale a pasear. En la cocina te llama un café... o una coca cola que te devuelve un poco de vida. Apagás la música porque no la soportás. Lo mismo el dolor te rodea la cabeza. Encendés la televisión, no cambiás de canal porque sabés que no vas a encontrar nada y que no querés ver nada. Volvés a la ventana y decidís que vas a salir, quieras o no vas a salir. Juntás un par de cosas para meter en tu mochila pero te duele la orbita de los ojos y te cuesta ver. Te olvidás algunas otras. Ya estás buscando las llaves para salir, decidís comer algo antes. Abrís la heladera, sólo pan, y la cabeza vibra con cada mordisco. Vas hacia la puerta, vas a salir y notás un gran frío y un gran alivio. Una espesa marea roja cae hasta tus hombros. Tu cabeza estalló.

miércoles, 28 de febrero de 2007

El ojo del oculista

De pie se ensalsa un corte. Hermoso y reduntante. Brillaba y yo creía que era un cuadrito de tela. Pero se volvía insospechable cuando la doblaba. Me salvaba de vez en cuando, por cortesía. Yo le propinaba golpes en el espinazo. La verdad es que las lágrimas se escondían en el ascensor, camino al tercer piso. Pero de calambres mejor ni hablemos. Están hipotéticamente reducidos a ser el escombro de un desamor de verano.
Mucha fragilidad se esconde en esas rendijas del pasado que se quieren tapar con yeso y almidón, con ropa del placard en desuso, o el cajón vacío, o la heladera vacía, o la impronta de queso en el único rincón de la habitación. Una especie de simio maltratado que muestra los colmillos frente a la banana.
Y entonces todo es un recuerdo del destello, todo es una proclama contra la desidia del afortunado Caronte. Porque, para ser sinceros, en última instancia, frente a todo óculo impaciente, delante de los argumentos, en primera lugar -y en último también-, para empezar el juego, sólo la información de la condena y el desagravio presionan el botón expulsor.
Mi asiento, cual cohete norteamericano, sale fuera de la atmósfera.

lunes, 26 de febrero de 2007

El Baúl

Dado que la inspiración me falta, esta vez recurrí a ver qué había escrito allá lejos y hace tiempo. Bastantes cosas malas, pero no importa. Encontré un largo conglomerado de textos de un adolescente conflictuado y saqué dos pedazos que me gustaron. Ni corregidos ni nada, van como están (mi orgullo me impone la aclaración).

El viaje
Lo vemos a Martín enojado, lo vemos subirse al colectivo (servicio común, más lento). Lo vemos pagar, sentarse en la fila de uno. Lo vemos mirar por la ventana. Lo vemos pensar. Piensa, se ve. Lo vemos y me veo. Nos vemos junto a él. Piensa, se ve. Piensa en nada – mentira-. Piensa en su destino. Piensa en su nada, su carencia de centro, de ese lugarcito en el universo que lo deferencia de los otros lugarcitos, SU centro. Lo veo, nos vemos, lo vemos, me vemos. Sangra, lo vemos que sangra. Por la nariz una gruesa gota escarlata que le pinta la cara. Por el corazón un grueso agujero que lo traspasa, un dolor en el pecho, sí, típico, sí, pura literatura. Sí, él no es más que literatura. Porque sin literatura él no es, todo él es su propia literatura, invento, ficción, relleno, creación. ¿qué es Martín?. Un nadie que se escribe su historia, pero lejos de ser el hombre sartreano que se crea día a día él no hace su historia. La inventa simplemente para que exista cuando otros la creen, miente, la hace real sólo en las mentes, en las confianzas. ¿Dónde había quedado el nene revolucionario, el nene idealista?¿ Acaso quedó en aquel mundo de ideas que un tal superhombre se empeñó en destruir? ¿Acaso quedó colgado de una nube de pedos? No se sabe, pero el Martín que vemos está lejos de todo eso, lejos pero necesitaría estarlo más.



El cuerpo
Dicese del aislante natural que impide a la energía individual conectarse con The mother nature. En cierta forma es un estado de conservación dado que si el mismo no envolviera y aislara nuestra materia astral nos veríamos ininterrumpidamente unidos a otras energías auricas. ¿qué sería de los amantes si no los separaran sus cuerpos?, fácil, serían uno. Esta coraza denominada cuerpo, a su vez, sufre los revuelcos y enfados de la energía interior que, por decirlo en alguna forma entendible, en determinadas ocasiones incurre en violentos golpes contra su captor y lo abolla desde adentro (véase también Contractura).
Decididamente se ve afectado como todo represor, castigado como tal.

miércoles, 21 de febrero de 2007

El tiempo insalvable

Los miedos, los pececitos de colores, el calor de diciembre, la vergüenza desnuda que la oscuridad intenta cubrir, y la inexperiencia. (A él lo delatan las manos brutas, a ella la rigidez con que espera.)
La transpiración que no se vive, los gemidos ahogados de pudor y la desesperación.
La violencia, la contracción del cuerpo, el pequeño grito y el suave empujón; la sangre, la sonrisa (primero la de él, después la de ella)
El acuerdo, la tijera, el collar (que ella corta)
El rechinar del cajón (que ella cierra), el olvido.
(Él todavía se alegra al tocar su cuello y notar la ausencia)