miércoles, 28 de febrero de 2007

El ojo del oculista

De pie se ensalsa un corte. Hermoso y reduntante. Brillaba y yo creía que era un cuadrito de tela. Pero se volvía insospechable cuando la doblaba. Me salvaba de vez en cuando, por cortesía. Yo le propinaba golpes en el espinazo. La verdad es que las lágrimas se escondían en el ascensor, camino al tercer piso. Pero de calambres mejor ni hablemos. Están hipotéticamente reducidos a ser el escombro de un desamor de verano.
Mucha fragilidad se esconde en esas rendijas del pasado que se quieren tapar con yeso y almidón, con ropa del placard en desuso, o el cajón vacío, o la heladera vacía, o la impronta de queso en el único rincón de la habitación. Una especie de simio maltratado que muestra los colmillos frente a la banana.
Y entonces todo es un recuerdo del destello, todo es una proclama contra la desidia del afortunado Caronte. Porque, para ser sinceros, en última instancia, frente a todo óculo impaciente, delante de los argumentos, en primera lugar -y en último también-, para empezar el juego, sólo la información de la condena y el desagravio presionan el botón expulsor.
Mi asiento, cual cohete norteamericano, sale fuera de la atmósfera.

lunes, 26 de febrero de 2007

El Baúl

Dado que la inspiración me falta, esta vez recurrí a ver qué había escrito allá lejos y hace tiempo. Bastantes cosas malas, pero no importa. Encontré un largo conglomerado de textos de un adolescente conflictuado y saqué dos pedazos que me gustaron. Ni corregidos ni nada, van como están (mi orgullo me impone la aclaración).

El viaje
Lo vemos a Martín enojado, lo vemos subirse al colectivo (servicio común, más lento). Lo vemos pagar, sentarse en la fila de uno. Lo vemos mirar por la ventana. Lo vemos pensar. Piensa, se ve. Lo vemos y me veo. Nos vemos junto a él. Piensa, se ve. Piensa en nada – mentira-. Piensa en su destino. Piensa en su nada, su carencia de centro, de ese lugarcito en el universo que lo deferencia de los otros lugarcitos, SU centro. Lo veo, nos vemos, lo vemos, me vemos. Sangra, lo vemos que sangra. Por la nariz una gruesa gota escarlata que le pinta la cara. Por el corazón un grueso agujero que lo traspasa, un dolor en el pecho, sí, típico, sí, pura literatura. Sí, él no es más que literatura. Porque sin literatura él no es, todo él es su propia literatura, invento, ficción, relleno, creación. ¿qué es Martín?. Un nadie que se escribe su historia, pero lejos de ser el hombre sartreano que se crea día a día él no hace su historia. La inventa simplemente para que exista cuando otros la creen, miente, la hace real sólo en las mentes, en las confianzas. ¿Dónde había quedado el nene revolucionario, el nene idealista?¿ Acaso quedó en aquel mundo de ideas que un tal superhombre se empeñó en destruir? ¿Acaso quedó colgado de una nube de pedos? No se sabe, pero el Martín que vemos está lejos de todo eso, lejos pero necesitaría estarlo más.



El cuerpo
Dicese del aislante natural que impide a la energía individual conectarse con The mother nature. En cierta forma es un estado de conservación dado que si el mismo no envolviera y aislara nuestra materia astral nos veríamos ininterrumpidamente unidos a otras energías auricas. ¿qué sería de los amantes si no los separaran sus cuerpos?, fácil, serían uno. Esta coraza denominada cuerpo, a su vez, sufre los revuelcos y enfados de la energía interior que, por decirlo en alguna forma entendible, en determinadas ocasiones incurre en violentos golpes contra su captor y lo abolla desde adentro (véase también Contractura).
Decididamente se ve afectado como todo represor, castigado como tal.

miércoles, 21 de febrero de 2007

El tiempo insalvable

Los miedos, los pececitos de colores, el calor de diciembre, la vergüenza desnuda que la oscuridad intenta cubrir, y la inexperiencia. (A él lo delatan las manos brutas, a ella la rigidez con que espera.)
La transpiración que no se vive, los gemidos ahogados de pudor y la desesperación.
La violencia, la contracción del cuerpo, el pequeño grito y el suave empujón; la sangre, la sonrisa (primero la de él, después la de ella)
El acuerdo, la tijera, el collar (que ella corta)
El rechinar del cajón (que ella cierra), el olvido.
(Él todavía se alegra al tocar su cuello y notar la ausencia)

martes, 20 de febrero de 2007

Exploten

Desde el otro lado, siento contra mi frente el frío tembloroso del revolver que termina en tu mano. ¿Serás vos que me guiñás un ojo?¿Seré yo que me río a carcajadas por tanta parafernalia, tanta revolución maltratada en vano? O será la insensatez coloreada con crayón y pastel, la pintura al óleo de tu cara en el ventilador, con la boca cerrada y los ojos de un negro hueco.
Te observo desde mi cajita de fósforos con cenizas y palitos quemados que, presumo, algún día en la historia de las masacres, brillaron y ardieron para encender los fuegos artificiales. De chispitas rojas y verdes.
En ese momento vos supiste tanto como yo que el sinsentido nos pertenecía, y lo arropamos y mecimos con canciones para soñar pesadillas (monstruos de barro, de jugo de naranja y galletita, o sencillos verdugos de hacha desafilada)
No te culpo... al fin y al cabo, vos preferiste una casita al borde del lago y yo un banco de plaza en esta ciudad tan linda y luminosa
Y mi risa... ¿qué esperabas?

lunes, 19 de febrero de 2007

Para ponernos de acuerdo

Un karma muy característico de quienes escriben. Amigos escritores más grandes, y obviamente mejor y más publicados, ya me lo habían contado en algún momento, o en varios: la tía abuela que te dice "ah, pero esa de la novela que se llama Anabela es la tía Rosita".
Error fundamental, pensar que es un diario íntimo. El punto principal es sencillo pero pareciera ser que no tan fácil de aprehender: un texto es un texto, y suficiente. Hay algo denominado psicologismo y es, verdaderamente, una molestia para todos. La obra se analiza en sí, por lo que es, y como última instancia por lo que provoca y significa en quienes la reciben. Esto es simple. En otra palabras, muchas veces se ha dicho que no todos leemos lo mismo en un mismo libro.
Claro, siempre está la intención del autor, lo que nos quiso decir o transmitir. ¿Qué tanto de eso llega?¿Qué tanto de la intención del autor, de un escritor, por ejemplo, del siglo XIX, podemos percibir leyendolo ya en el siglo XXI?. Para ser más vulgar, posiblemente haya párrafos enteros escritos sólo para rellenar, completar, y sin embargo, en esos párrafos, podemos llegar nosotros como lectores, a encontrar significados importantisimos en nuestra vida, conmovedores, arollantes y sentenciar "¡esto es lo que me pasa a mí justo ahora!". Tengalo por seguro, ese escritor no los conocía.
La historia de vuelve cada vez más simple. Ezequiel, me dirán, pero vos escribiste que el personaje estaba parado en Callao y Corrientes y vos vivís a cinco cuadras de ahí. Gente, si no es con materiales de la vida, ¿con qué se crea?¿acaso una ficción sólo puede ser en condición de la llamada ciencia ficción?¿si no escribo sobre marte o sobre la matrix estoy diciendo la verdad?. "¡Pero el personaje era morocho!", como tanta otra gente en el mundo, o como sólo él, el personaje.
Y aquí esta la peor confusión. Pienso ser más concreto: si en una composición musical sin letra, un acorde resulta ser el mismo que el de la bocina del tren que va desde Constitución a Carmen de Patagones ¿la canción significa el tren?¿es el tren?. ¿Un cuadro de Mondrian significa que su vida era terriblemente cuadrada (o romboidal)?¿los chorros de pintura de Pollock significan que tenía problemas para acabar?.
Exactamente, no es lo mismo en la literatura, porque se trabaja con palabras. Pero no confundan, por un lado comunican (significan como comunicación) y por otro crean un cuento, una novela, una obra (significan como arte). Y en un texto no es lo principal la comunicación cotidiana. Creo que lo pueden entender; Quevedo, evidentemente, no hablaba en verso, ni Sabato andaba por la vida convocando a los dioses de la lujuria.
Las palabras y los hechos son materiales, y como todos los materiales que entran en una obra se transforman para ser parte de la totalidad de la obra, que será una totalidad distinta a la particularidad de cada uno de los elementos sumados... rojo y amarillo es naranja, señores, no es rojo y amarillo.
Un texto es un texto, queridos, y como tal, obra de arte, hay que percibirlo, criticarlo y elogiarlo. Y si bien no termina en sí mismo, decididamente no termina en mí, termina en ustedes y lo que ustedes reciban.
Pero a mí dejenme afuera y no me metan.
Mis intelectuales amigos, espero, me sabrán perdonar los errores teóricos en pos del buen entendimiento general.

sábado, 17 de febrero de 2007

La puntita (o Sexopático: cuarto movimiento)

Soy sincero, un escalofrío me recorre cuando decido contarles. La tarea me exige volver a aquella habitación de hielo. Inevitable: siento el frío que sube desde el piso hacia mí, con sólo recordar me estremezco. Ya no tanto por temor, pero lo mismo tiemblo.
Ustedes imaginen, vislumbren, sean capaces de zambullirse en este mar -¿helado?- de palabras para recorrer aquella ceremonia. Todo estaba premeditado, fríamente calculado, era una repetición ritual - y permitanme la redundancia-.
Desde el momento en que atravesé la puerta lo presentí, un halito que me sacudió desde la nuca. La vi realizar metódicamente cada uno de los actos, desde correr el pestillo de la puerta hasta acomodar las sábanas de la cama; en algún momento, que para mi desgracia duró poco, supe que no iba a salir favorecido.
Releo y algo me inquieta: una duda. Por más que me esfuerce no soy capaz de reconocer si aquello que percibí como repetición fue una corazonada, un Deja Vu con su explicación científica correspondiente, la consecuencia de las dotes de vidente que nunca supe que tenía... o, y esto es lo que en verdad me aterra, yo realmente ya lo había vivido y la había visto llevar a cabo su ritual. ¿Puede ser que no lo recuerde?¿puede ser que aquella situación no haya sido una sino varias, millones?¿Es posible, en este universo maldito, que yo no pueda diferenciar una cogida de otra y que todas, en mi memoria, sean una sola?.
Nada improbable después haber impactado contra el bloque de hielo. Demasiados detalles cobrarían sentido. Se explicaría mejor aquella sensación monótona que era como las gotas constantes cayendo de una canilla, como la lluviecita gris del televisor en un canal sin señal, como las aspas del ventilador girando toda la noche, como un grillo cantando en la noche o como una ruta desierta -¿y helada?- de noche, con sus faroles encendidos pasando uno detrás de otro, como el ruido del motor de un colectivo viajando por la ruta -¿congelada?-... de noche, como un acorde de guitarra repetido hasta el hartazgo...
Pero esperen. Entiendan, sepan comprenderme: son necesarias las aburridas metáforas para explicar lo inefable. No me juzguen y entiendan la desesperación, la impotencia de sentirse cogiendo en una posición de misionero inmutable e indiscutible. Recostado boca arriba durante horas interminables en las que se oye el tic de cada uno de los segundos que pasan en el reloj.
Y entonces uno pierde noción de la hora, de los días, de los recuerdos, del tiempo y pretende ser un heroe. El heroe de la sexopatía, erigirse como el magnánimo defensor de un ideal... pero nunca se considera la posibilidad de terminar siendo un mártir.
Poseído por la furia mítica pudo más la osadía y no comprendí los riesgos que me acechaban al decirle, con voz profunda y aguerrida, levantando mi torso del colchón a fuerza de abdominales e intentando empujarla de lado: "¿probamos por atrás?".
Entonces, sus ojos fulguraron, su piel se tensó y su sexo, cerrandose brutalmente, destiló una gelatina fría, helada. Sentí cómo mi pene se congelaba y mis testículos se retraían hasta esconderse detrás de mi cuerpo. Perdí la movilidad en las piernas y los pies, y el frío recorrió mi torso hasta dejar mi boca congelada en un intento de grito.
Debería haberlo sospechado con cada indicio, con su mano acomodando el velador, con su parsimonia distante para vestirse de piyama. Pero no vi aquella puntita de iceberg asomando en aquel mar helado, en esa habitación donde no se podía dormir sin frasada. No lo vi, como ustedes lo ven ahora, y acabé dentro de un tempano de hielo.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Oliverio

Tenía ganas de escribir, pero no tengo inspiración alguna y abriendo "Espantapajaros" me encontré con esto que me pareció exactamente lo que me habría gustado escribir hoy. Disfruten "Espantapajaro 13"


Hay días en que yo no soy más que una patada, únicamente una patada. ¿Pasa una motocicleta?¡Gol!... en la ventana de un quinto piso. ¿Se detiene una calva?... Allá va por el aire hasta ensartarse en algún pararrayos. ¿Un automóvil frena al llegar a una esquina? Instalado de una sola patada en alguna buhardilla.
¡Al traste con los frascos de las farmacias, con los artefactos de luz eléctrica, con los números de las puertas de calle!
Cuando comienzo a dar patadas, es inútil que quiera contenerme. Necesito derrumbar las cornisas, los mingitorios, los tranvías. Necesito entrar - ¡a patadas!- en los escaparates y sacar - ¡a patadas!- todos los maniquíes a la calle. No logro tranquilizarme, estar contento, hasta que no destruyo las obras de salubridad, los edificios públicos. Nada me satisface tanto como hacer estallar, de una patada, los gasómetros y los arcos voltaicos. Preferiría morir antes que renunciar a que los faroles describan una trayectoria de cohete y caigan, patas arriba, entre los brazos de los árboles.
A patadas con el cuerpo de bomberos, con las flores artificiales, con el bicarbonato. A patadas con los depósitos de agua, con las mujeres preñadas, con los tubos de ensayo.
Familias disueltas de una sola patada; cooperativas de consumo, fábricas de calzado; gente que no ha podido asegurarse, que ni siquiera tuvo tiempo de cambiarle el agua a las aceitunas... a los pececillos de color...

Oliverio Girondo

lunes, 12 de febrero de 2007

La molestia

Se pegan justito en el codo o cualquier otro rincón imprudente pretendiendo una inmovilidad voraz de predador al acecho, liebre con colmillos o dictador del siglo veintiuno. Algunos dicen notarlos demasiado tarde, en la oscuridad frágil antes de las seis de la mañana, cuando ya no hay nada que hacerle y por la piel circula un dolorcito similar a una patada en la nariz. El sobresalto al verlos no es menos que una experiencia repugnante y humeda.
A veces se es afortunado, se esta bien abrigado o con suficientes glóbulos blancos y la molestia no será mayor a un dedo en la oreja, una picadura de mosquito - levemente de abeja domesticada-. Otras, doy fe, puede llegar a ser un dedo en el recto.
Pero eso sí -¡qué nadie se atreva a ser ingenuo! -, son inevitables... Porque, sobre todo, nunca viajan solos. A mitad de camino entre piara y bandada, llegan juntos y pegajosos para tirarle a uno de la oreja aunque no sea cumpleaños y, de paso, como por casualidad, patearle el castillito de arena.
Yo, que soy violento sólo por decisión, les he pedido diplomáticamente que eviten tirarme del pelo que ya se caerá solo... o que intenten, de ser posible y por favor, no jugar con el dedo gordo de mi pie. Pero me resigné a aceptar que las personas, muchas veces, pueden ser una patada en la ingle.