viernes, 13 de julio de 2007

Nadar

Epidérmicamente insistente, se había colocado como una mota de polvo sobre cada uno de los paseantes. Después, decidió distinguir las distancias, marcar el reflejo y permitir el sobrevuelo. Al fin, con cierta incertidumbre, se montó en la rama y luego en la gota de lluvia. Una burbuja húmeda la envolvió y la depositó en el suelo sucio de la ciudad. Se sintió a gusto, creyó ser parte. Repentinamente, una suela de zapato la arrancó de sus subjetivismos, aplastó sus esperanzas, la remontó, la machacó, la elevó, la apelmazó, la sacudió y la hizo rodar allá, a lo lejos, a la alcantarilla. En la caída libre suspiró dos veces, hasta que nuevamente una humedad reconfortante la invadió y la arrastró calle abajo. En la oscuridad y la clandestinidad de la ciudad se regocijó como un asaltante en la noche cerrada. Sí, dudó si no era cruel. Pero poco tuvo que esperar para descubrir que simplemente era miedo, miedo al circular, a fluir y chocar con las aguas del río. Un río plateado y arenoso y metálico y opaco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Condiciones que nos invaden diariamente, mientras nos construimos entre los otros y las circunstancias. Me agrada leerte. Gilles.

Ezequiel M. dijo...

Se agradece el agrado. Haremos lo posible por seguir lograndolo.

E.

- Julieta - dijo...

Ahhh! por acá tambien anda Deleuze!
=) (=