Frente a nosotros se levantaba un vaho que nos recubría la cornea de los ojos y la comisura de los labios con un sabor ácido de secreciones frescas. Aún nos encontrábamos sorprendidos como quien asiste a un espectáculo único, a una representación magistral, similar a una onda sísmica que al llegar hasta nosotros detenía su recorrido durante unos segundos para mantenernos vibrando con aire entrecortado. Sobre todo se podía adivinar en el silencio. Nuestras bocas semiabiertas suspiraban pausadamente un leve aire caliente casi imperceptible, y en cuestión de segundos eran ahogadas por la carne sudorosa que interrumpía en el llano de los labios.
El tejido de piel trémula dejaba adivinar contornos que al instante se reformulaban como una gran ameba caliente. Sobre el piso, el límite lo conformaba una figura circular un tanto irregular de telas y batas que nos rodeaba. A veces nos sorprendíamos absortos en el reflejo oscilante de las velas que al golpear contra el raso violeta formaba un cerco de rojos, amarillos y azules. La música rellenaba y acompasaba los movimientos casi convulsivos y en oportunidades espásticos.
Poco a poco nos fuimos convirtiendo en algo más que nosotros mismos. Nuestra transpiración emanaba hasta formar un gran charco. Convertido en río, navegábamos como una balsa hecha de fibras inquietas y poros latientes. Era el Aqueronte, y nosotros nos desplazábamos enredados y a la deriva. No pertenecíamos ni a un lado ni al otro, la amorfa embarcación de carne irrigada estaba destinada a hundirse. Y el agua que nos envolvía, salada y viscosa, se abastecía de flujos y semen, se evaporaba e invadía la habitación con olores agrios. Aún así nuestras caras se mantenían desconocidas, nuestra presentación era un cúmulo de piel resbalosa sin rostro. Nos diferenciaban el pelambre y las presencias o ausencias.
Se escucharon algunas palabras, alguien que por error o gusto perverso pronunció incoherencias. Pero lo que dijo no lo recuerdo. La respuesta represora seguramente llegó con dos pechos y dos pezones erguidos, o con una embestida silenciadora.
En pequeños grupos de dos o tres fuimos visitando las habitaciones oscuras; circulábamos como íntimos desconocidos, buscando las pistas mediante el roce de las manos en vanos intentos por descubrirnos. Pero las máscaras permanecían adheridas a nuestra piel, la mitad de nuestro rostro era un frío plástico nacarado, último resabio de lucidez y sello de un sagrado pacto de silencio. El resto nos trascendía, simple excitación por un arte mayor.
A medida que pasaron las horas algunos volvieron a vestirse y se retiraron sin despedirse. Otros, inagotables, persistían en su búsqueda. Al fin nadie quedó, y cada cuarto fue iluminado.
El tejido de piel trémula dejaba adivinar contornos que al instante se reformulaban como una gran ameba caliente. Sobre el piso, el límite lo conformaba una figura circular un tanto irregular de telas y batas que nos rodeaba. A veces nos sorprendíamos absortos en el reflejo oscilante de las velas que al golpear contra el raso violeta formaba un cerco de rojos, amarillos y azules. La música rellenaba y acompasaba los movimientos casi convulsivos y en oportunidades espásticos.
Poco a poco nos fuimos convirtiendo en algo más que nosotros mismos. Nuestra transpiración emanaba hasta formar un gran charco. Convertido en río, navegábamos como una balsa hecha de fibras inquietas y poros latientes. Era el Aqueronte, y nosotros nos desplazábamos enredados y a la deriva. No pertenecíamos ni a un lado ni al otro, la amorfa embarcación de carne irrigada estaba destinada a hundirse. Y el agua que nos envolvía, salada y viscosa, se abastecía de flujos y semen, se evaporaba e invadía la habitación con olores agrios. Aún así nuestras caras se mantenían desconocidas, nuestra presentación era un cúmulo de piel resbalosa sin rostro. Nos diferenciaban el pelambre y las presencias o ausencias.
Se escucharon algunas palabras, alguien que por error o gusto perverso pronunció incoherencias. Pero lo que dijo no lo recuerdo. La respuesta represora seguramente llegó con dos pechos y dos pezones erguidos, o con una embestida silenciadora.
En pequeños grupos de dos o tres fuimos visitando las habitaciones oscuras; circulábamos como íntimos desconocidos, buscando las pistas mediante el roce de las manos en vanos intentos por descubrirnos. Pero las máscaras permanecían adheridas a nuestra piel, la mitad de nuestro rostro era un frío plástico nacarado, último resabio de lucidez y sello de un sagrado pacto de silencio. El resto nos trascendía, simple excitación por un arte mayor.
A medida que pasaron las horas algunos volvieron a vestirse y se retiraron sin despedirse. Otros, inagotables, persistían en su búsqueda. Al fin nadie quedó, y cada cuarto fue iluminado.
10 comentarios:
Me encanta la manera en la que usás cada palabra, en la que usás todas las palabras juntas, una atrás de la otra para que vayan pintando la atmósfera que querés describir, que es densísima en este texto. La sensación de vacío del final es tremenda después de tanta verba. Me hizo acordar un poco a "Ensayo sobre la ceguera", no? La onda de, de repente, vestirse, irse, que se prenda la luz y que todo vuelva a la normalidad como si (¿no?) hubiera pasado nada...
Me alegro, Bian, noto mucho entusiasmo en vos, jajaja.
Creo que es la influencia de Robertito lo que me ha llevado a intentar con la descripción, pero falta muuuuucho aún. Por lo menos parece que la atmósfera densa salió...
Ahora tenemos que dejarnos de joder con los blogs e ir por la revista, quién se prende????
E.
Yooooooooooooo!!!
La revista tiene un noseque medio setentoso , un poco viejo. Me quedo con los blogs. En una parte del texto se me paró un poco, me parece que en lo de la embestida de los pezones...
Al principio, además de la escena de orgía, me hizo pensar en caníbales o un ritual ocultista.
Super bueno.
S
Mira E que arriba hay una banderita para marcar en el blog contenido de dudosa reputacion. Asi que si seguis escribiendo cosas medio porno te van a censurar.
Qué bueno que te hizo pensar también en canibales, era la onda... me parece que era obligado para una escena de orgía. Tal vez cliché, pero no sé.
Y que me censuren! así me siento más un Enfant Terrible de los blogs...
Me voy a poner más porno aún...
Je Je Je
E.
Me corrijo, en realidad no sé si era la onda explicita, pero lo de ocultista, o algo turbio, o algo así, sí, claramente.
¿Narrar o describir? He ahí el dilema.
Si hay algo que me gusta es caer en blogs como este. Me encanta. Admiro tus ganas, me transmite un entusiasmo un poco extraño. (Y si hay otra cosa buena son las ganas... y si se contagian, mejor!) Una desconocida o cuasi-conocida te felicita por tus creaciones y por animarte a mostrarlas. Vale la pena!
Seguire leyendo.
Hasta luego.
Y por qué el anonimato? vale dejar el nombre por lo menos...
Espero q además de mis ganas te gusten los textos, sería buenisimo... y si te gustan, recomiendo los "recomendados" que son los que a mí más me gustan.
Esperamos nuevamente su visita, anónima.
E.
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